Desde el entorno caribeño, Maduro y varios sectores de la izquierda acusan a la oposición de planificar “un intento de derrocamiento del Estado de tendencia fascista y contrarrevolucionaria”. Esta es una práctica común: etiquetar a los disidentes de fascistas por parte de gobiernos que se identifican o son de izquierdas. Más aún en el pasado, la etiqueta de comunista se usaba para marcar a cualquiera que disintiera de un gobierno proclamado “democrático”. La narrativa política está repleta de horrendos abusos y masacres, perpetrados en nombre de ideologías o causas, con justificaciones fundadas en engaños, complicidades y ominosos silencios. La situación en Venezuela ofrece un campo fértil para examinar estos temas, incluyendo la naturaleza del conspiracionismo y cómo el término fascista se ha manipulado a lo largo de la historia para denigrar a los contrarios.
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Esta conducta de satanizar oponentes políticos no es exclusiva de un tiempo o lugar, manifestándose como una constante en el espectro político global. En muchos contextos, estos señalamientos sirven como cortinas de humo para desviar la atención de problemas internos, fallas de gestión o para consolidar el apoyo dentro del propio bloque político, a través de la creación de un enemigo común.
El legado histórico del antifascismo y su influencia
La derrota militar del fascismo nazi marcó profundamente la política mundial posterior, siendo la ex Unión Soviética uno de los principales contribuyentes a este resultado. Este hecho cimentó el antifascismo como elemento clave de su identidad nacional, su democracia y la ideología de izquierda. A pesar de la disolución de la amenaza fascista con el fin de la guerra, la URSS perpetuó el fantasma del fascismo como herramienta de control sobre la disidencia, justificando grandes purgas y represiones bajo la premisa de combatir esta “amenaza fascista”.
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Este enfoque hacia el antifascismo no solo informó políticas internas represivas sino que también moldeó la diplomacia y las relaciones exteriores de la URSS, promoviendo una narrativa de cerco y amenaza que justificaba tanto su rigidez interna como su agresividad en el ámbito internacional.
Las raíces y consecuencias del complotismo
El uso estrategico de la teoría del complot como herramienta de mantenimiento del poder es un hilo recurrente en la historia política. El régimen venezolano, por ejemplo, invoca la narrativa del complot para justificar su rechazo a respetar las normativas democráticas básicas y la transparencia electoral. Esta postura es defendida por un espectro amplio de la izquierda latinoamericana que incluye a Petro, Lula, López Obrador, Boric, y otros, quienes evitan confrontar las fallas fundamentales del régimen venezolano a riesgo de su propia viabilidad política.
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Esta tendencia al complotismo no solo se observa en la defensa de regímenes autoritarios, sino también en la manera en que ciertos gobiernos y movimientos socialistas en América Latina han enmarcado su discurso, a menudo retratando críticas legítimas y movimientos opositores como parte de conspiraciones internacionales en su contra.
Fallidos intentos de cambio y su análisis
Es incuestionable que los intentos de cambio social y político, desde el siglo pasado hasta la actualidad, han enfrentado la hostilidad del capitalismo internacional. No obstante, son los factores internos los que principalmente han precipitado sus fracasos. En el caso de Venezuela, es notable que algunos aún no comprenden este fenómeno y persisten en errores históricos. La incapacidad de aprender de la historia condena al país a un ciclo de deterioro económico y social, exacerbado por el apoyo de regímenes autoritarios internacionales.
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La continuidad de estas políticas no solo profundiza la crisis económica y social, sino que también empuja a una fuga de talentos sin precedentes, debilitando aún más la estructura del país y alejando la posibilidad de una recuperación a largo plazo, incluso si eventualmente se instaura un cambio de régimen político.
La mirada crítica sobre el apoyo a políticas fallidas
La perpetuación de la crisis revela cómo la esperanza de establecer gobiernos progresistas en la región, que armonicen con las verdaderas voces del pueblo, se ve obstaculizada por el régimen venezolano. El apoyo continuo a este régimen por parte de sus aliados falla en reconocer el verdadero drama de la sociedad venezolana, intensificando una fractura social que solo se agravará con la permanencia del autoritarismo. Es esencial redirigir el enfoque hacia la realidad venezolana, en vez de basar posiciones en mitologías políticas obsoletas.
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Este enfoque miope por parte de ciertos sectores de la izquierda internacional no solo complica la situación en Venezuela, sino que también pone en riesgo la credibilidad y viabilidad a largo plazo de movimientos progresistas globales, al asociarlos con regímenes que han demostrado ser autocráticos y alejados de principios democráticos fundamentales.
La ilusión en la política y su problemática
Refiriéndose a la paradoja de la inteligencia al servicio de causas fallidas, François Furet citó a Saul Bellow: “los más grandes talentos pueden dedicarse a respaldar la ignorancia cuando la necesidad de una ilusión es profunda”. La ilusión es vital en cualquier esfera de la vida, incluyendo la política; sin embargo, se vuelve contraproducente cuando ignora la realidad y se aferra a caminos probados infructuosos, sin la disposición a explorar nuevas direcciones y aprender de los errores pasados.
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Esta reflexión subraya la importancia de la capacidad crítica y la apertura al cambio dentro de los movimientos políticos y sociales, advirtiendo contra el peligro de adherirse ciegamente a ideologías que no han logrado materializar sus promesas, sobre todo cuando dicha adhesión resulta en el detrimento del bienestar colectivo y el progreso social.