El día 24 de julio se celebra a nivel mundial por los aficionados del tequila, ofreciendo una ocasión especial para rendir homenaje a este destilado de sabores variados que tradicionalmente se degusta con sal y limón.
Esta celebración, que tiene su origen en México, ha cruzado fronteras convirtiéndose en un evento de importancia internacional desde su establecimiento en 2006, gracias a la declaración de UNESCO que reconoce a esta bebida ámbar.
El Agave Azul: Corazón del Tequila
El Agave Azul, conocido en algunas regiones como “planta que llora” debido al líquido que emana al cortarse, recibe el nombre científico de Agave tequilana weber var. azul y es popularmente llamado Maguey en República Dominicana.
Esencial para la producción del tequila, el Agave se cultiva primordialmente en Jalisco, México, extendiéndose a lo largo de cerca de 115,000 hectáreas. Esta variedad de agave está detrás de la producción anual de 220 millones de litros de tequila, resultado de la cosecha de aproximadamente 335 millones de estas plantas.
Una Historia Detrás de Cada Sorbo
Los relatos sobre el origen del tequila se entrelazan con la mitología, narrando que su descubrimiento fue consecuencia de una tormenta eléctrica que incendió un campo de agaves. El calor generado por el fuego produjo un néctar dulce que capturó la atención de los pobladores locales, quienes encontraron que su consumo fermentado les provocaba euforia y relajación, atribuyéndole efectos embriagantes.
La elaboración del tequila inicia con la cuidadosa selección y cosecha del agave azul, esperando que las piñas o corazones del agave alcancen su punto óptimo de madurez, lo cual toma entre 8 a 10 años.
El Arte de Crear Tequila
Una vez maduras, los jimadores, maestros en la extracción de las piñas, preparan estas para su próxima fase. Las piñas son cortadas en pedazos más manejables y cocinadas en hornos por aproximadamente 35 horas, convirtiendo sus carbohidratos en azúcares simples. Esta etapa libera un jugo dulce conocido como “mosto” o “vino de agave”.
Seguidamente, el mosto se somete a un proceso de fermentación en tanques grandes donde las levaduras transforman los azúcares en alcohol, generando un líquido de baja graduación alcohólica que posteriormente se destila en alambiques para purificarlo y concentrar el contenido alcohólico, obteniendo así el tequila blanco.
El proceso continúa con el añejamiento del tequila blanco en barricas de roble, donde el tiempo de reposo varía para producir tequila reposado, añejo, y extra añejo. Este envejecimiento influye directamente en el sabor del tequila.
Finalmente, se mezclan distintos lotes de tequila para asegurar una consistencia en el producto final antes de su embotellamiento, momento en el cual el tequila está listo para ser disfrutado en celebraciones y brindis.