Evaluación de las etapas educativas: Cómo se implementa en la práctica (Parte uno de tres)

Maribel Núñez Méndez

[email protected]

En un entorno dinámico y en constante cambio, motivado por una búsqueda continua de desarrollo tanto personal como profesional, resulta esencial mantenerse actualizado. Las urgencias y retos a nivel global nos impulsan a esforzarnos por alcanzar nuestros objetivos y superar expectativas.

Lograr estos cambios implica constancia y determinación, ya que son ellos los que propician la optimización de procesos. Del mismo modo que el ser humano progresa físicamente, también es necesario que su pensamiento evolucione.

Sin embargo, estos ajustes deben introducirse de manera gradual, ya que adoptar medidas extremas puede interferir en el proceso y desviarnos de nuestro propósito. De acuerdo con De Miguel, Alfaro, Apodaca, Arias, García y Lobato (2006), es posible conseguir grandes avances generando el estímulo desde el interior para promover un cambio gradual que influya de manera positiva en cualquier proceso, incluido el educativo.

Este trabajo busca despertar el interés de todos aquellos educadores que, movidos por su pasión, se han hecho suyos el enfoque por competencias y se esfuerzan día tras día para construir el entorno perfecto que favorezca un aprendizaje relevante y significativo.

Queremos abrir una ventana a la exploración de nuevas metodologías que nos permitan preparar a las próximas generaciones para afrontar las incertidumbres que nos plantea el panorama educativo actual, el cual muchas veces nos sumerge en una bruma que nos empuja hacia modelos de enseñanza anticuados.

Abordaremos este proceso a través de una mirada crítica hacia el entorno educativo actual, analizando el papel del docente en este y cómo enfrentarse al desafío representado por la metacognición.

Antecedentes del proceso educativo

Es fundamental recordar que el objetivo principal de la enseñanza ha sido siempre facilitar la transferencia de conocimientos en un espacio idóneo para su eficiencia y efectividad (Eraut, 2017).

Por esta razón, numerosos educadores han decidido seguir una práctica que, aunque no se sabe si es impuesta o heredada, se transmite de generación en generación.

Hace varios siglos, nuestras aulas eran oscuras, poco ventiladas y configuradas de manera uniforme, donde la maestra, una figura femenina vestida con falda larga y blusa de mangas largas, impartía clases a sus estudiantes. Estos alumnos, atentos y ordenados en hileras, se levantaban al entrar su profesora, saludándola con un efusivo “¡Buenos días, señorita!”.

Es importante señalar que, en aquel entonces, la mayoría de los estudiantes eran mujeres, reflejando el inicio gradual hacia una educación mixta en países latinoamericanos hacia finales del siglo XIX, tomando como ejemplo especifico a la República Dominicana bajo el gobierno de Ulises Heureaux (Martinez-Montalvo, 2000).

La figura de la maestra predominaba en el aula, y su dedicación era evidente, demostrando siempre puntualidad para sus clases.

Sería interesante reflexionar sobre los pensamientos y comportamientos de esos estudiantes, quienes, al igual que en la actualidad, presentaban una diversidad de personalidades y necesidades educativas que no eran atendidas debido a la inexistencia de apoyo psicológico adecuado.

Es necesario resaltar que aquellos educadores eran verdaderos pioneros en un proceso con claros objetivos, aunque sus métodos no variaran, intentando lograr distintos resultados con las mismas estrategias, algo que, lógicamente, resultaba imposible.

En aquellos aulas se forjaban las bases de la sociedad, se educaban a las futuras generaciones de ciudadanos y maestros.

Desde entonces, hemos avanzado notablemente; la sociedad ha evolucionado pasando de la correspondencia a caballo a las comunicaciones instantáneas a través de la tecnología, la exploración espacial y el advenimiento de la era digital. ¡Todo ha cambiado!

Y aunque pareciera que la educación también ha avanzado, permitiendo la participación en conferencias virtuales con personas alrededor del mundo y la obtención de certificaciones en línea, cabe preguntarse: ¿Ha cambiado realmente nuestro enfoque dentro de las aulas?

Al ingresar a una aula de clases del siglo XXI, ¿realmente podemos observar diferencias significativas en su estructura respecto a las de hace cien años?

¿Ya no encontramos profesores dictando frente a estudiantes alineados? ¿Ha cambiado la manera en que se imparte y evalúa el conocimiento?

A pesar de los avances, nuestros salones de clases mantienen el mismo ambiente sombrío de hace más de un siglo. Si bien algunos pueden tener colores más vivos y estar equipados con tecnología, la estructura fundamental del proceso educativo sigue siendo la misma.

Por más de cien años, seguimos empleando un modelo de enseñanza presencial similar, donde el maestro suele ser el centro del proceso y los estudiantes se ven despojados de su voz, creatividad e individualidad.

Colocamos a los estudiantes en un sistema que olvida sus competencias innatas, limitando su creatividad y adaptación al insistir en marcos rígidos (Robledo, 2013).

¿Será posible para los docentes romper con sus propias limitantes y abandonar la rigidez? ¿Acaso los estudiantes no pueden aprender libremente sin estar sujetos a estructuras predefinidas?

El entorno de aprendizaje, aunque facilitado por el docente, debe ser conducido por los propios estudiantes, quienes son los verdaderos protagonistas de su formación.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos y para mostrarte publicidad relacionada con sus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad